Si una pincelada de color azul turquesa está sobre un fondo del mismo color y con la misma intensidad, no habrá contraste, por lo cual esta pincelada será imperceptible. Según se van incrementando en alguno de estos dos colores, las diferencias en el tono, la saturación y el brillo, más se harán visibles gracias al contraste entre ambos.
Esto viene a suceder en nuestra exposición. Compartimos un mismo espacio y en el diálogo de cada una de las obras con las demás, podemos descubrir al ser en el que se convierte nuestra pintura; llevándonos, a nosotros mismos y al espectador a nuevos encuentros, lo que resulta sugestivo y permite revelar cómo nos relacionamos con la obra en una suerte de espacios mentales y emocionales.
Lo más importante en una obra de arte es cómo la vemos, cómo la interpretamos, no la obra en sí. Entramos en un mundo de presencias, a través de la huella que conforma cada grupo de obras que componen la exposición.
Visualizamos un estilo que se escenifica yendo de lo particular a lo general, narrando historias de búsquedas y encuentros, en donde siempre existe algo secreto conectado a esencias de nuestra propia vida, a reflejos de lo vivido, a la necesidad de un intercambio.
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